(Ciudad Guayana, 16 de mayo).- Las personas tendemos a sentirnos ofendidos con facilidad; si pudiéramos regresar el tiempo y ver nuestra vida a lo largo de los años, nos daríamos cuenta de que son innumerables las veces en las que nos hemos sentido ofendidos.
Las ofensas nos pueden encarcelar
Cuando estamos ofendidos ya no escuchamos la lógica, lo único que escuchamos está filtrado a través del dolor. Es entonces, cuando levantamos un muro que «según nosotros» evitará que la persona que nos ofendió vuelva a herirnos; lo que no vemos es que esa pared no nos está protegiendo, sino que nos está encarcelando.
Todos alguna vez hemos sido presos de la ofensa; todos hemos experimentado el dolor causado por la herida de una palabra o acción mal ejecutada. No obstante, qué pensaríamos si descubriéramos que hemos estado en la cárcel de las ofensas en vano; que en realidad nadie nos ha ofendido y que lo único que se siente dolido dentro de nosotros son nuestras propias expectativas.
Es impresionante entender esta verdad: ¡Nadie te ha ofendido, eres tú quien lo ha hecho! Nuestras expectativas sobre lo que debería ser una persona, sobre el como debería actuar o no, es lo que siente incomodo cuando las cosas no salen según como esperábamos. Tenemos expectativas tan altas sobre todo, que terminamos olvidando que las demás personas no siempre actuarán según como queremos que lo hagan.
Las expectativas nacen en nuestros pensamientos, son imaginarias: si esperamos recibir más amor de nuestros padres y no fue así, no debemos sentirnos ofendidos por ello. Son nuestras expectativas acerca de como unos padres amorosos «deberían actuar» lo que nos duele en nuestro interior. Nuestras ideas nos hieren.
«El buen juicio hace al hombre paciente; su gloria es pasar por alto la ofensa»
Proverbios 19:11.