(Ciudad Guayana, 23 de mayo).- En cierta ocasión, un hombre caminaba por la playa cuando tropezó con una pequeña bolsa llena de piedritas. Como se encontraba aburrido y sin nada por hacer, comenzó a arrojar las piedritas una por una al mar mientras iba pensando en sus cosas:
– Si tuviera un carro nuevo, sería feliz. Y tiraba una piedra. Si tuviera una casa grande, sería feliz. Y tiraba una piedra. Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz. Y tiraba una piedra. Si tuviera una pareja perfecta, sería feliz. Y tiraba una piedra… Así lo hizo hasta que solamente quedó una piedrita en la bolsa, que decidió guardar.
Al llegar a su casa y sin ánimos de nada, tomó la bolsa que había encontrado y al sacar la última piedrita que le quedaba, su sorpresa fue grande. Resultó que aquella piedrita era en realidad un diamante muy valioso. Entonces el hombre se dio cuenta que había estado todo el día desperdiciando diamantes tirándolos al mar.
¿Te imagina cuántos diamantes arrojó al mar sin saberlo? Este hombre estaba obsesionado con sus deseos y no pudo darse cuenta del gran tesoro que estaba desperdiciando.
Al igual que este hombre, muchos de nosotros hemos desperdiciado pequeños diamantes que hemos encontrado a largo de nuestra vida. Pasamos gran parte del tiempo considerando que seríamos más felices si tuviéramos esto o aquello, y hemos ignorado que lo que necesitamos para ser felices ya lo tenemos.
Dios nos ha regalado grandes tesoros: nuestra familia, amigos, hermanos de la fe y lo más importante, la vida. No despreciemos los pequeños diamantes que tenemos en nuestras manos, valoremos cada persona, situación o cosa que el Señor pone en nuestro camino, considerándolo como un tesoro invaluable para nuestra vida.